l lunes iba yo en la villavesa y una mujer negra se sentó delante de mí. En ese mismo instante, y como si tuviese un resorte en el culo, la mujer que estaba a su lado se levantó y se fue corriendo a buscar otro asiento. La mujer negra le dijo entonces sonriendo a otra señora que "algunos piensan que las personas negras llevamos la enfermedad". Y yo me acordé de lo que me había contado Mohammed Ounasser, Moha, en una entrevista que publica esta semana la revista Argia. Moha es un chico marroquí que ha cumplido hace poco 18 años. Llegó a aquí con 16, después de cruzar el estrecho en una patera y de entregarle al traficante 4.000 euros en dirhams, los ahorros de toda la vida de sus padres. Cuando le pregunté si se sentía discriminado me dijo que, por ejemplo, en la villavesa el asiento al lado del suyo siempre va vacío y esto le produce mucha tristeza.

Bajé del autobús y fui a renovar el DNI. Cita previa, una foto, 12 euros€ hecho. Menos de diez minutos. Y me volví a acordar de Moha. Llegó sin papeles. Como era menor quedó bajo la tutela del Gobierno. Pidió a Marruecos que le enviaran el pasaporte. Tuvo que hacer más de 20 viajes al consulado de Bilbao. Al final se lo mandaron y seis meses después consiguió el NIE y pudo tramitar su permiso de residencia y con la suerte de que, por esto de la pandemia, a los menas además les daban también el permiso de trabajo porque hacían falta trabajadores en el campo. Pero muchos emigrantes no tienen esa suerte y ahí están, malviviendo tres años como fantasmas ilegales hasta poder optar a un documento que les permita salir a la calle sin miedo.

Ahora Moha y dos amigos buscan piso, pero nadie les quiere alquilar uno€ Y suma y sigue.