En verano viajas, ves cosas. Gente nueva. Una diversidad nueva. Nosotros conocimos a una americana de 30 años llamada Mandy. Su madre era una finlandesa que a edad muy temprana se enamoró de un camboyano con dos divorcios a la espalda y siete hijos en total. Tuvieron que escapar. Huyeron a Alaska y allí nació ella, Mandy. Busqué alguna extrañeza en su cara pero era normal, sonreía mucho y se encogía de hombros al contar su historia: dijo que intenta ganarse la vida vendiendo flores en una bicicleta. Y eso que sabe cinco idiomas. Sale con un inglés hijo de un austriaco y una egipcia. Europa esta llena de gente así: cada vez más.

Otra cosa que he visto es desigualdad: mucha gente en condiciones de semiexplotación, trabajando muchas horas diarias y pagando la mayor parte de lo que ganan por un cuartucho. Oh, Europa. En los lavabos públicos de los aeropuertos de Londres no sale agua fría. O sea, calientan el agua para que no quieras beberla y tengas que comprarla envasada. Eso, ¿qué es? Mucho plástico, eso es lo que he visto.

Más incluso que aquí. Es descorazonador: mucho discurso eco y bio, mucho cuento con el reciclaje de la basura y los ajos y los pimientos envueltos en doble plástico: uno duro y otro blando. ¿Vamos a la deriva? Quizá la especie humana siempre haya ido a la deriva en este bello y hospitalario planeta azulado que estamos destrozando. Somos nómadas, siempre lo hemos sido.

Creemos que la tierra nos pertenece pero eso es un delirio. Tras la apropiación de la tierra, vendrá la del agua y la del aire. Supongo que esa guerra ya ha empezado. En fin, a principios de septiembre siempre me asalta una sensación de fracaso. No sé por qué. Luego empiezan los estrenos de las nuevas series, los festivales de cine, las nuevas novelas de los grandes escritores y se me pasa un poco. Como siempre digo: qué sería de la realidad sin la ficción.