Los obispos lo saben: vivimos en la cultura del pansexualismo y la masturbación. No sorprende pues que, a modo de contraataque, estén decididos a imponer un máster de dos años a las parejas que deseen casarse por la Iglesia. Tienen razón. Ayer mismo leí que un tipo (imagino que con las expectativas elevadas) tomó un estimulante sexual para toros y después de tres días de tenaz erección ha tenido que ser operado. Yo no creo que en la actualidad nos masturbemos más que en otras épocas, pero es innegable que ahora hay un alarde de ello que antes no había. La gente se jacta en voz alta de hacerse pajas con aparatos eléctricos. Y acto seguido comenta los detalles en las redes. Otra noticia dice: "Los productos sexuales hacen furor", "El regalo estrella de las navidades", etc. A los obispos no tiene que hacerles ninguna gracia este rollo. En cierto modo, ellos eran los guardianes de la moral, los vigilantes de la sexualidad hasta no hace tanto. En fin, ayer vi Los dos papas, la película de Meirelles. Recrea unas supuestas conversaciones entre Ratzinger y Bergoglio (las interpretaciones de Anthony Hopkins y Jonathan Pryce no están mal), pero pasa de puntillas sobre el engorroso asunto de la pederastia de los guardianes. Ah, los guardianes. En un momento dado uno de los papas dice que ya no oye la voz de Dios. Normal. El mundo ha cambiado, hay demasiado ruido por todas partes. Es lo que pasó con los fantasmas: la gente dejó de creer en ellos cuando se generalizó la luz eléctrica en las viviendas. Por otro lado, esta ha sido la primera vez que la toma de posesión de los ministros se hace sin cruces ni biblias. Eso también disgustará a los obispos, supongo. Como el hecho de que la asignatura de religión vaya a dejar de tener valor académico. No ganan para disgustos. Lo del máster matrimonial es buena idea, pero puede que dos años no sean suficientes.