l negacionista quiere hacerse oír. Aunque, ¿quién no quiere hacerse oír hoy en día? Asusta lo que son capaces de píar algunos pájaros para hacerse oír. Pero también está la parte divertida, claro. Y menos mal. Recuerdo que cuando era joven, a mi padre le molestaba mucho la evolución de las especies. Yo le decía que no solo procedemos de los primates, sino también de los peces. Y de las amebas primigenias. Y él lo negaba con renuente cabeceo. Cosa que a mí me hacía mucha gracia. Todavía hay muchos negacionistas de la evolución. Gente a la que le sigue seduciendo el bello relato bíblico de Adán y Eva desnudos en el paraíso. Con la serpiente que habla. En fin. También están los que niegan el Holocausto de los judíos en los campos de concentración alemanes. Ojo con esos. Pero negacionismos hay muchos. Si quieres ser negacionista, lo primero que tienes que hacer es negar con rotundidad un hecho real y científicamente probado. Y lo segundo, buscarte un altavoz. O sea, tienes que exhibir tu negación con orgullo. Con más arrojo y fiereza cuanto más absurda sea. Y no aceptar jamás evidencias en contra. Cualquiera no vale para negacionista, porque no basta con ser cerril, también hay que ser belicoso y tenaz. Trump, por ejemplo, niega el cambio climático y lo hace de maravilla. Es un gran modelo. En la época de Galileo, la Iglesia negaba que la Tierra da vueltas alrededor del Sol. Te mondas. Luego están los que niegan el sida. Una parte de ellos niega su existencia y la otra acepta que exista el virus pero asegura que es inofensivo. Como ves, en ocasiones se aceptan los matices. Hay hasta quien niega que la Tierra sea redonda. Les dices: ¡es redonda, joder! Y te contestan: ¿cómo lo sabes? No obstante, a mí me parece bien que haya negacionistas, claro. Son tan pintorescos, no sé, que resultan graciosos. Y a mí eso me basta. Creo que todo lo que sirva para amenizar un poco esta lánguida espera viene bien, ¿no? Qué año más raro, ya pasará.