veces, es lejanía lo que necesitas. Un poco de separación entre las cosas. Un poco de extrañeza. Que no sea todo tan familiar. No sé. ¿No está todo demasiado junto? ¿Demasiado encima? Y esa mierda de sensación de que lo saben todo de ti. De que estás pillado. De que no tienes escapatoria. Últimamente el mundo se está reduciendo. Se apelmaza. Se queda en nada, como un zurullo helado. Hasta te angustia verte tan esquemático. Tan repetido. Tan parecido a ti mismo. Y tan parecido a cualquier otro. Con tu gorra negra, con tu gorra gris. Ahora que ya estamos en 2021, echo de menos saber algo de Pekín, por ejemplo. ¿Alguien sabe algo de Pekín? Estoy aburrido de saberlo absolutamente todo de los EEUU. Hasta Dios necesita distancia para que lo adoremos. Todos los tertulianos del planeta regurgitando ceremoniosamente las mismas cuatro frases sobre Trump. El mismo programa de chistes día tras día. Las mismas locutoras enumerando las mismas recomendaciones con el mismo soniquete maternal. ¿Y de Pekín, qué? ¿Nadie dice nada? Si la realidad ya es un puré incomible, ahora encima está lleno de grumos. De hecho, es un grumo. Los políticos están agarrotados de tanto hacer los mismos gestos. Si fueran androides, habría que llevarlos al taller lo antes posible y actualizarles el software. Solo espero que la campaña de vacunación coja ritmo pronto. Que se empiece a ver agilidad. Que se organice bien. Es la única luz: enciéndanla. Los del congreso mundial de móviles, que en marzo del año pasado dieron la primera campanada de alarma al suspender la feria de Barcelona ya han aplazado la de este año de marzo a junio. Pero, al menos, no la han suspendido. Confiemos en el olfato de esas alimañas. En algo hay que creer, creamos en eso. Yo ya tengo la cabeza llena de basura. Como todo el mundo, supongo. Lo malo es que le doy a vaciar y nada. Clic, clic, clic. Y nada. Cada día hay más.