ero qué bonita es la política. Sobre todo, la española. Con sus gambitos de dama, sus bocatas de calamares y sus jaquemates. Yo no sé cómo puede haber gente a la que no le guste. Y más en un momento como este, en el que la partida se está poniendo en modo loco. Cada día un sobresalto: es la monda. Mociones de censura, compra de tránsfugas en las rebajas de Murcia, los tres rebeldes de Vox con cara de haba, la convocatoria acelerada de elecciones en la Comunidad de Madrid, Pablo Iglesias dejando la vicepresidencia y alzando el moño (el puño, quiero decir) para montar un frente rojo contra Ayuso, Ciudadanos a la desbandada, la propia Ayuso encantada de que le llamen fascista porque eso le gusta y le anima en plan mazo guay y el catedrático de metafísica despertando de la siesta y preguntando a qué viene tanto ruido. A alguno le va a dar algo. Lo único que no entiendo es que dimita Toni Cantó. ¿Precisamente ahora, Toni? Pero este hombre, ¿no venía del mundo del espectáculo? No te vayas, vuelve, que esto es como una película de Berlanga: con el emérito en tierra de sultanes, el juicio de la caja B con Bárcenas cantando boleros, Villarejo saliendo de la cárcel con un parche en el ojo, la bandera española en la mascarilla, diciendo que no se va a escapar y amenazando con más grabaciones de Corinna. Y de fondo, la pandemia, las vacunas y el cierre perimetral. Vamos, el viejo y entrañable esperpento nacional en versión Netflix, con colorido saturado y mucho brillibrilli. Otro de esos espesos potajes de la patria en los que todo se cuece a la vez, todo se mezcla y bulle junto. Lástima que no haya un director que haga la serie. Yo la titularía El perol nacional y pondría un Abascal montado a caballo haciendo cabriolas, con unos relinchos potentes galopando por el paseo de la Castellana. Hasta podría volver Rosa Díez con nuevas siglas para recuperar el centro. Qué horror, me chifla. Solo falta que salga Savater hablando de la ETA.