tención a este dato ligeramente aterrador: los nacidos después del año 2000 va a vivir cien años. Sí, amigos. Para ello basta, sin más, con que el crecimiento anual de la esperanza de vida se mantenga en su ritmo. Pero lo más probable es que se acelere, siento decirlo. Todo se acelera. Hasta la aceleración se acelera. Cuando nació mi padre, la esperanza de vida estaba en los 46 años. Cuando murió estaba en los 83. Él tenía 91. ¿Qué va a ser de mí? ¿Me quedan casi cuarenta años? Solo de pensarlo se me disparan los tics. Además, mi padre no hizo deporte jamás. Ni siquiera nadaba, se limitaba a flotar sobre el agua. Yo, en cambio, hago los diez mil pasos diarios. ¿Qué estoy haciendo, estoy loco? No lo sé, da igual. Lo malo es que a mí me gusta andar. Si no estoy andando, estoy escribiendo libros. Y no sé que es peor, en serio. Casi es mejor que siga andando. Aunque, cuanto más ande, más alargaré mi vida y, por tanto, más tiempo tendré para escribir libros (que es lo que se trata de evitar). Qué lío, hasta las paradojas se aceleran. Tres generaciones de viejos conviviendo, ¿te imaginas eso? Oírle decir a tu hija, por ejemplo: Aita, se me han acabado los pañales, ¿me prestas uno de los tuyos? El mundo está ahí para que lo mires y alucines. Y luego, si te apetece y tienes tiempo, intentes entenderlo. Pero si no te apetece o no consigues entender nada, no te preocupes. Y sobre todo, no sufras. La vida está bien, es bastante bonita. Es agradable además de interesante. Ochenta años, cien, ciento veinte, los que sean. Siempre va a haber series de televisión y entretenimiento popular a precios accesibles. Por ese lado, no hay nada que temer. Se acabará Facebook pero empezara otra cosa. Y será mucho más flipante. Más rápido todo. Con más resolución. ¿Te imaginas lo que vamos a ganar en resolución en las próximas décadas? No te lo imaginas. Crees que te lo imaginas, pero no te lo imaginas porque es inimaginable.