Un cisne picotea una hoja de lechuga como si le gustara, un par de patos azulados sumergen la cabeza y unas cuantas hojas amarillas crean una isla flotante en el estanque. El sol de principios de octubre recorta la sombra de un magnolio sobre la hierba. Hasta donde comienza el cemento hay árboles frondosos traídos a Bilbao desde continentes que fueron exóticos y dos mujeres charlan sentadas en un banco. Todo está bien.

-Cuando era pequeña venía aquí con mi madre a merendar y me parecía que este parque ocupaba la mitad de la Tierra.

-No sabía que vivíais tan cerca.

-A cinco minutos. Pero a mi madre siempre le entraba la prisa cuando empezaba a oscurecer. No le gustaba que nos pillara anocheciendo ahí abajo, en el bosquecillo. Se ponía nerviosa.

-Ya. Habrás oído lo de las fiestas en el barrio de Ulibarri. Una chica de 20 años denunció a cuatro chavales por intentar violarla de madrugada.

-Lo he oído, sí. Y al día siguiente pasó algo también en una discoteca, ¿no?

-Otra chica salió y fue con sus moratones a la policía, que por suerte andaba allí al lado de patrulla, a contarles que un chaval la había forzado a tener sexo con él.

-Qué horror?

-Y espera, que esa misma madrugada una mujer se despierta en el parque de Etxebarria tumbada, con la braga en las rodillas y molestias ya sabes dónde. Y lo anterior que recordaba era que había estado tomando algo con un tipo al que acababa de conocer en un pub, a media hora andando del parque.

-¿No fue allí también que entre seis abusaron de una cría de 18 hace un par de meses?

Del bosquecillo emerge una chica con un perro enorme.

-Mamá, ¿tú crees que ahora ocurre más que cuando tú eras joven?

-No, cariño. Antes era lo mismo. Pero ahora ya no os calláis.