Estaba ayer en mi isla recogiendo las ramas de palmera que ha arrancado el último temporal de otoño, en el Pacífico también los sufrimos, y se me acercó un triceratops a quejarse. Ser la única mamífera con formación en Isla Busura comporta estas cargas. Si se convocaran elecciones me tocaría mesa. Le acaricié la papada, agachó la cabeza y se consoló arrancando unos helechos. Es tierno, el animal. Parece una máquina de matar con su robustez de bulldozer, su corona ósea y sus tres cuernos, pero toda esa fiereza la destina a triturar hierba. En eso sí es demoledor. Me insistía en que los triceratops no atacan, se defienden, la naturaleza los ha revestido de ese aspecto para infundir cierto respeto a los tiranosaurios que, estos sí, depredan lo que pillan. Está harto de la mala prensa que tiene. Y eso le provoca a veces tristeza y, otras, mucha rabia. Supongo que a los menas les ocurre lo mismo. Como remarcó Unicef España hace unos días un mena es un Menor Extranjero No Acompañado, un niño que está fuera de su hogar y sin su familia. ¿Te imaginas con 13 años viviendo solo en un país que no conoces? ¿Te imaginas así a tu hija, a tu hijo? Sí, algunos terminan delinquiendo, robando y montando broncas. Hace un par de semanas me crucé con uno de estos chavales. Encajado en una ventana de mármol de un edificio bancario en el eje financiero y comercial de Bilbao, se escondía entre su capucha y una bolsa con pegamento, disolvente o lo que fuera. Una imagen para Banksy. No me crucé con los que estaban en clase o en un taller con educadoras sociales, a esos no les vemos, ni en titulares ni en mensajes políticos, pero son la mayoría. Estadística pura. El buenismo no conduce a nada, la criminalización dirigida, sí. Con suerte, al rechazo. Sin suerte, al odio.