En su afán por llenar las urnas de emoticonos, la derecha plural anda disputándose a matadores, legionarios, hijos o padres de alguien, frikis sin plató, negros a medias y culturistas. A este paso quizás fiche a tuneros, tramperos, cofrades, pajes de la cabalgata, misses en paro, amigos del rifle, juglares angustiados por el trap, fanáticos del cerdo, lanceros de Tordesillas, alguaciles, serenos, aguadores, afiladores, abanderados olímpicos, monjes trapenses, ballesteros de Tenochtitlán, el Yoyas, Poli Diaz, Sandokán Juan José y la pica en Ceuta: un transexual arrepentido, padre de familia y autónomo.

Sin duda es una lerdez concluir que todos sus candidatos responden a tal patrón, mezcla de cruzado, agraviado, nostálgico y racial, pero no lo es creer que el anzuelo del símbolo esquiva la promesa de la gestión. Donde haya un Cid que se quite el tecnócrata con manguitos. Y luego está el chiste de la patria. El mejor de la época, saben aquell que diu que el nacionalismo español no existe, ya carece de gracia. Pues uno tiene derecho, claro, a sentir el país como le plazca, pero para mejorarlo no bastan Bertín Osborne y el lema onanista, yo soy español, español, español, del gentilicio al orgasmo. Si ponerte un boli tras la oreja no te convierte en contable, malo será que te haga presidente pasear un arcabuz.

Estamos ante la cetrería de los aeropuertos aplicada al arte del mitin, maridaje de caspa y gomina donde un lazarillo en moto nos vende el mester de clerecía y se compra un máster en pellas. Otro se monta un concejo medieval, le llama Fundación y mientras evoca la reconquista se embolsa unos maravedíes. Suena más épico que 82.500 euros al año.