mikel Erentxun ha cedido una canción a su amigo Borja Sémper para que éste la use en las cosas de su oficio, esto es, la campaña electoral. El tema en cuestión no es Cien gaviotas, que tendría guasa, sino Amara, y el gravísimo pecado ha soliviantado a los puros, los inmaculados, los endogámicos, esos que no sólo no deben de tener a nadie cercano que piense distinto, sino que si lo tuvieran quizás le retirarían el saludo y le dejarían de comprar el pan. Ya saben, son fechas mitineras y al enemigo ni agua.

El cantante donostiarra ha aclarado que no vota al PP -¿y si le votara?-, lo cual lejos de convencer a los talibanes los ha enfurecido más. Es como si comprendieran, por su propia experiencia, la inmutabilidad de los límites partidistas, como si hasta cierto punto disculparan la rigidez sectaria, el hecho de que Bertín Osborne apoye a los suyos, Víctor Manuel a los suyos y Fermín Muguruza, ya que estamos, a los suyos. Ahora bien, lo que les resulta intolerable es que un paisano ponga la amistad por encima de su ideología y de un proyecto municipal que, mucho me temo, casi nadie conoce.

Por fortuna en la vida somos más mil leches que en los tuits, y salvo en casos extremos no respiramos eslóganes ni vamos al bar, al ambulatorio, a la frutería y a la alcoba con la papeleta entre los dientes. Tampoco a un concierto de Fermín, Víctor o Bertín, ni de excursión a Madrid, Bilbao o Washington, elija usted la diana. Por eso asusta tanta exigencia de limpieza de sangre, esta imposición inquisitorial de no mezclarse con el ajeno, no nos vaya a contaminar. Cuánto hemos sufrido y qué poco hemos aprendido.