Navarra desaparecerá, sometida a ETA o regalada a la CAV, así se alzó la derecha pitonisa en 2015, y de ahí para abajo, tobogán de Estepona, anunció un luctuoso Cuarto Milenio donde dejarían de existir -está escrito- Volkswagen, Osasuna, el encierro, el inglés, el pañuelico, la universidad del Opus, la Policía Foral, las procesiones, las setas, la bandera, los conciertos de estrellas mundiales, la Cabalgata y hasta los villancicos de los colegios mayores, ¡la oveja, naranja, naranja, la oveja!. Auguró, sí, un voraz agujero negro, Rectángulo de las Bermudas sin derecho a la propiedad privada por culpa de los okupas, sin enseñanza en castellano por la presión vasquista, sin corridas de toros por los consistorios meapilas o veganos, un páramo de Mad Max dirigido por ácratas locales y vascongados invasores que madrugan incluso los domingos en Laguardia y Zarautz con el único deseo de prohibir la Javierada y robar cogollos. La mentirijilla de fingir orgasmos pase, pero fingirlos al masturbarse en solitario es digno de estudio.

Y, ya ven, el tsunami económico, ideológico, educativo y lingüístico ha sido de tal magnitud que solo gracias a viejas grabaciones es posible ver al paisanaje hablar en el idioma de Vargas Llosa, irse de vacaciones, cantar jotas y vestirse de blanco. Solo de modo clandestino, en las cuevas de Zugarramurdi o Arguedas, cabe invocar con nostalgia aquellos tiempos en los que Navarra era una Comunidad separada dentro de España, dato que por cierto aún sostiene Wikipedia. No digan que no estaban avisados: de seguir así, ni Juevintxo sobrevivirá al acoso de Pintxopote. En Bilbao, con perdón, no sueñan otra cosa.