Este verano en Bilbao, con perdón, se denunciaron en un mes tres violaciones, dos grupales. Los detenidos compartían origen, dato que mucho paisano intuía y confirmó cuando medios y partidos lo ocultaron. Hay ausencias muy presentes. Y es que esta política informativa cojea de ambas patas, pues políticamente alienta la xenofobia de un gentío al que informativamente considera imbécil. La víctima debe asumir que su agresor es un simple mamífero. No vaya a generalizar. Hace días vertebrados similares casi matan a un padre que defendió a dos chicas.

Las instituciones se apuntaron al lugar común, la común persona, el bípedo abstracto, y poco faltó para que señalaran al ser vivo universal. La culpa, del dios Marte. Una instó a la ciudadanía a no ser cómplice, otra apeló a la conciencia de los hombres, otra subrayó la desigualdad de nuestra sociedad. Y aquí uno, de rondón ahí incluido, está harto de que delincuencia muy determinada se diluya en conceptos tan vagos, aspersor penal que, por no salpicar a un colectivo, empapa al resto. La manada sevillana no era la peña Irrintzi.

Una jauría conocida malea sin tregua, a pequeña y a grande. Lo sufre el peatón y lo silencia un buenismo de sofá cuyo proceder privado no casa con su discurso público. Pues su pesadilla, y la de sus hijas, no es toparse de noche con cuatro nebulosos varones “de nuestra sociedad”, sean chiquiteros o chinos. Es pánico a unos bárbaros concretos, a los que se disfraza omitiendo la verdad porque un paternalismo elitista decide por el vecino que ambos son irrelevantes: verdad y vecino. Y, claro, no todos son iguales. Los curas tampoco, y bien que aireamos su sotana.