currió hace ahora cuatro décadas, el 14 de enero de 1981, y yo quiero recordarlo. Meses antes ETA atracó un par de bancos en Bizkaia, y se llevó medio millón de pesetas. El cabecilla del comando encargó a uno de sus miembros esconder el botín mientras esperaban instrucciones para cometer atentados. Pasó el tiempo y el joven, adicto a la heroína, al parecer se gastó el dinero. Tras enterarse de ello, el jefe no tardó en viajar al País Vasco francés y contárselo a los gerifaltes de la organización, quienes decidieron castigar de modo ejemplar al drogadicto ladrón, fuera por uno o por los dos pecados. Sería el propio comando, o lo que quedaba de él, el que llevaría a cabo la ejecución.

De vuelta a casa el liderzuelo, o chivato, como usted prefiera, contactó con un amigo y entre ambos tendieron una trampa al desdichado compañero. Le explicaron que debían ir los tres en busca de unas armas, se montaron en el coche de su madre, se desviaron de la ruta y en un momento determinado le pidieron, con la excusa de que tenían que hablar, que parara en un camino forestal. Él lo hizo, y entonces desde atrás, a una distancia de unos 40 centímetros, el ocupante del asiento trasero le disparó un tiro en la nuca que le atravesó el cráneo. Acto seguido los asesinos dejaron el cadáver como se abandona el de una alimaña, y caminaron hasta una estación de tren cercana. La víctima, de 31 años, casado, se ganaba la vida arreglando persianas, lucía patillas y se llamaba José Luis. El heroico responsable de su muerte ha recibido varios homenajes. Historia triste, historia final. Muy edificante todo.