Hilarante. El sistema jurídico del Parlamento de Navarra está enredado en la interpretación del concepto transfuguismo para clarividencia de sus señorías. El cuatripartito, jurado en ¿Quién expulsa a quién? Concurso eliminatorio en este deplorable y patético final de legislatura. Ni la silla de la presidenta está bien asentada sobre sus cuatro patas de fábrica. Bochornoso. Decepcionante. Un regalo a la oposición. Crisis de fe en el cambio. La definición académica es clara: “Persona que con un cargo público no abandona este al separarse del partido que lo presentó como candidato”. Una de las incoherencias del sistema democrático vigente es que las listas electorales sean cerradas, salvo para el Senado, y que las actas parlamentarias sean, sin embargo, patrimonio del electo. El voto a una candidatura obliga a asimilar personas a las que jamás darías tu apoyo y que un día pueden atrincherarse tras tu papeleta. Los críticos forales de Podemos atribuyen a su sigla original el carácter de “tránsfuga”, acusación que rechazan para ellos. También de “golpista”. Podemos habría violentado su programa electoral, que Laura Pérez y su trío de palmeros proclaman defender sin mácula en letra y espíritu. Pureza frente a prostitución. Orain Bai necesita publicidad y financiación. Si el giro retórico fuera aceptable, todas las cámaras parlamentarias serían un nido de transfuguismo. Ningún partido cumple su programa en su integridad. Incluso llega a hacer lo contrario de lo anunciado en campaña. A veces, el incumplimiento es coral como el cuatripartito con partes nucleares de su acuerdo programático. Pero eso tiene otros nombres: traición, fraude. O acepciones edulcoradas como pragmatismo o pactismo sobrevenido. El grupo parlamentario es una herramienta institucional del partido político. En supuesto de disconformidad grave, más aún mediada una expulsión del mismo, la ética pide dimisión. Fulminante. Lo contrario es transfuguismo. E indecencia.