Desde Colón, UPN, PP y Ciudadanos avistaron una tierra a conquistar y colonizar: Navarra. De momento, desdeñan el caballo de Abascal para su galope hacia las instituciones. Pero seguro que le ofrecen un establo de espera, por si acaso. Con pienso político si hiciera falta alimentarlo. UPN tiene enquistado un insoportable despecho tras su democrático desalojo del poder foral y municipal. Más punzante al advertir agravamiento de su regresión en perspectivas electorales, según reiteradas advertencias demoscópicas. La pérdida del cortijo les ha inspirado una solución a la andaluza. A tomar por culo la visibilidad de su sigla. A tomar por culo los enfados con la derecha españolista por su denuncia e intenciones disolventes de los “privilegios forales”. UPN no quería sus siglas, pero quiere sus votos: recomposición del pacto con el PP (a punto de extinción en Navarra) y formación de equipo con Cs (de demostradas convicciones antiforales y partidario de derogar el Régimen Foral en una eventual reforma constitucional). Todo vale para la reconquista del poder. Hasta la incongruencia. Hasta la humillación. Hasta la asunción de su impotencia. Mejor provincia en una España centralizadora que Comunidad Foral con nacionalistas vascos en sus órganos de gobierno y una constitucional Transitoria Cuarta. Mejor autogobierno tutelado que autogobierno exigente. Consiguieron abortar el fugaz cambio de 1995. Intentan hacerlo con el más asentado de 2015. Ese año, buen número de siglas condensadas en cuatro listas aunaron sus intereses en ganar a UPN. Lo consiguieron. Luego, apañaron un acuerdo programático a partir de proyectos incluso antagónicos. Un lío armonizado para la supervivencia. Ahora, la derecha -mucho menos escrupulosa en armonizar diferencias- intenta revertir aquel revolcón. Esta Navarra suma. La otra, también puede sumar: Nafarroak batu ditu. Las deudas de Sánchez para formar gobierno pueden ayudar. Su necesidad, su servidumbre.