Ayer tocaba escalera. Cuarto peldaño. El primero de los tres en primavera. El paso del ecuador. Ni los más irreductibles no perdonan ni el uno de enero en medio del empacho navideño pudieron festejarlo en sociedad. Hubo que conformarse con mostrar el pañuelo rojo en el exterior de la vivienda. Invocación al capotillo protector de la esperanza. Si la situación en julio no permitiera o aconsejara cumplir con el ritual festivo sería un chupinazo histórico. Puede pasar. Así que no sabemos si habrá que guardar la escalera para otro año o ponerle más peldaños. Abrir hipótesis y debates resulta impúdico. Ni proceden las preguntas ni son pertinentes las respuestas más allá del pujoliano "ahora, no toca". Especular con las fiestas no alivia el drama. La ansiedad desmoraliza. Y no conviene. Tomar decisiones sin garantía científica es una temeridad. En previsión, la maquinaria municipal debe cumplimentar trámites y contrataciones. Con cautelas legales. La Casa de Misericordia tampoco se puede abstraer de su cometido taurino en severo contraste con la tensión actual en el cuidado de residentes y trabajadores. Para la contratación de toreros le faltará la referencia de ferias importantes previas. Las cuadrillas profesionales no habrán tenido pretemporada. Las masas, un riesgo. Ni el Tour de Francia, coincidente en fechas, sabe si dará pedales. Cabe pensar que la situación sanitaria habrá mejorado, aunque el goteo de casos se prolongará semanas. En casos graves, las recuperaciones son lentas. El sistema sanitario estará exhausto. El tejido económico, en shock. Es probable que el motor productivo, en descanso esos días, esté recién arrancado. Dudoso, además, que nuestro tipo de fiesta multitudinaria, abigarrada y abrazada sea razonable y permisible todavía. Aunque estemos "los de casa" porque los desplazamientos internacionales quizá sigan mermados. Que el virus haya entonado para entonces el Pobre de mí será nuestro mejor Chupinazo.