En el planeta, terrícolas. En Pamplona, terracícolas. La prevención de la salud contra el tabaco sacó clientes a la calle. El interior de bares y restaurantes, espacio sin humo después de aquella gravosa medida transitoria de los espacios diferenciados. La prevención de la salud contra el COVID-19 recomienda las estancias grupales al aire libre. Pamplona es ciudad de climatología poco amable para socializar en la calle. Pero esas circunstancias han sacado al exterior mesas, veladores, cubas, sillas, banquetas, bancos, mamparas, toldos y calefactores. Y sobre todo, gente. Después de un tiempo en que daba gusto entrar a bares y tabernas porque nadie te echaba el humo, ahora es un riesgo que alguien te eche el virus. La mascarilla, incompatible con la ingesta sólida y líquida. Aunque el pincho nos alimentara por ósmosis visual ya inventarán los chinos alguna mascarilla con esa propiedad, nos perderíamos la degustación del sabor en boca. El Ayuntamiento anima a hosteleros a procrear terrazas. Sobre todo a los que carecen de sitio para montarlas. Cede suelo y alivia impuestos. Privatiza el espacio público. Los vecinos prefieren que ese cáliz pase de ellos. El comerciante hostelero quiere hacer caja sin hacer de policía. Las limitaciones de aforo y el control de los comportamientos resultan antipáticos. Por cierto que nunca se informa de la identidad de establecimientos infractores algunos reincidentes por exceso de aforo y/o por incumplimiento de horario y otras normas. La imagen de marca puede afectar a la afluencia. La consumición y el cigarro permiten disfrutar del diálogo sin mascarilla ni distancia de seguridad. Quien transita al lado, debe llevarla. A veces, la mascarilla resulta una mascarada. La Navarrería es referente sensible. Decenas de jóvenes se desparraman en torno a la plaza y camino de la Catedral. Casi todos, en el suelo. Sin paso de cortesía en portales. Tabaco y virus acechan. La falta de civismo, también.