a comienzos del XIX la ciencia comenzó a entender cómo se organizaba la materia; Dalton estableció un modelo atómico que había sido concebido por filósofos griegos más de veinte siglos antes. La diferencia con los tiempos de Leucipo o Demócrito era que entonces se podía medir y calcular con precisión y con herramientas de cálculo que se iban creando conforme avanzaba el conocimiento. Las diferentes especies químicas se componían de proporciones fijas de esos átomos, pequeñísimos y en cantidades enormes, como mostró Avogadro en 1811 (ya entonces quedó en evidencia que en una píldora homeopática no había nada, y que por lo tanto lo que vendía Hahnemann era un timo... resulta penoso pensar que todavía hoy algunas farmacias y consultas médicas se lucren con este engaño sin base química alguna). Los avances sobre los átomos y moléculas se sucedían, pero cuanto más se conocía más se ignoraba: hacía falta sistematizar esa variedad de los elementos, agrupándolos por afinidades y características. No fue hasta medio siglo después, en 1869, cuando el químico ruso Dmitri Ivánovich Mendeléyev publicó una tabla en la que ordenaba en filas y columnas los elementos conocidos. En alguna de las celdas quedaban huecos porque no había un elemento que se correspondiera con ese orden, así que desde el principio, una utilidad de esa ordenación fue entender que había más elementos que los que se conocían, como el que llamó Eka-silicio y que luego descubrió en 1886 el alemán Clemens Winkler, recibiendo el nombre de Germanio. Desde entonces se ha ido completando y ampliando la tabla periódica, llegando hasta el último elemento (artificial, pues no existe en la naturaleza por su brevísima vida), el Oganesón, reconocido hace solo cuatro años. Historia de la química y la física, pero sobre todo historia universal del conocimiento.