Estas semanas distan casi un mes entre las elecciones pasadas y las elecciones futuras. Estamos en un entremés, talmente. Como entre dos capítulos del mismo cuento navideño de Dickens, conmocionados por el espectro que nos apareció hace nada y pensando que el fantasma que nos llegará nos dejará también helados. Scrooge tuvo más suerte: todo pasó la misma noche y nosotros nos quedamos elucubrando un mes: ¿Vamos a ser mejores ciudadanos para la próxima tanda de votaciones? ¿Evitaremos cometer las estupideces de antes? ¿Hay algo útil en el voto útil? Ni la indecisión, esto es, el desconocimiento o de análisis crítico del mundo, menguan en este entremés. Y además sabemos perfectamente que a la mañana siguiente de las elecciones locales, autonómicas y europeas no solamente las gentes de los partidos sino también los politólogos de los medios tendrán todas las explicaciones que mientras tanto nos hurtan, porque ahora unas y otras gentes están dedicándose a hacer política para tirar hacia lo suyo. Luego sabrán por qué usted y yo hemos optado por votar o no o a qué. O eso nos explicarán. Cambiando votos por voluntades.

En 1700 se publicó en Pamplona el Ramillete de entremeses de diferentes autores con las licencias necesarias, una recopilación de estas obritas teatrales que tanto gustaban en la época. En uno de ellos, famoso, de Gil de Armesto, la noche permite cambiar unos jugosos capones por sobras de asado. Ese baile de los capones, donde todo se confunde por pretender ser lo que no era y la bravuconería del prepotente se ve vencida por la burla de alguien, que en el fondo, era mala gente. Somos más de entremés que de Dickens, no sé qué ramillete literario representará este tiempo, qué entremés será el que ahora representamos. Quizá nos lo cuente Tomás Yerro (por cierto, maestro, felicidades).