El pasado 30 de septiembre cerraba esta columna así: “Más Greta, más ciencia... más acción”. Lo que ha estado sucediendo esta semana en Madrid me reafirma en ello. En la primera semana de la COP se han presentado numerosas conclusiones científicas: la ciencia de la emergencia climática nos proporciona datos objetivos, como que cerramos otro de los años más calientes registrados, en el decenio que marca también un récord; o que las emisiones contaminantes siguen aumentando a pesar de los protocolos y compromisos que llevamos incumpliendo treinta años y más. Los mares están perdiendo oxígeno, tanto por los gases de efecto invernadero como por los otros efectos de la actividad humana. Especies que desaparecen, más fenómenos meteorológicos extremos, que nos hacen bailar entre sequías e inundaciones o que traen los ciclones de la región tropical a las zonas medias donde reside nuestra península. La salud del planeta se resiente, pero sobre todo se resiente la de la población mundial: el calentamiento se ceba en donde son endémicas enfermedad y hambruna, pero las ciudades son cada vez menos saludables también, y se comienzan a contar en millones las personas que cada año perecen directamente por estas razones, de la misma forma que entendemos que los nuevos flujos migratorios de la pobreza humana están siendo guiados con estos fenómenos. Y todo cuesta dinero, todo exige cambios de sistemas sociales y económicos y constatamos cómo a pesar de todo, lo único que parece preocupar en tanto mentidero público es esta chica que tan bien ejemplifica una nueva generación de personas indignadas con todo derecho a estarlo y a exigir el cambio. El que cada vez haya más tontos odiándola en público es patético, pero sobre todo permite constatar una vez más que cuando señalas a la Luna hay gente que te mira al dedo.