ay años en que el verano entra bien, en plan canónico, lo que se espera. Y mira que es un año raro lo mires por donde lo mires, pero el verano ha entrado con calorcito y apertura de las cosas, como pasaba antes. Es cierto, sin embargo, que esta normalidad es más bien aparente, o un poco como prestada mientras el virus lo permita. Confieso que lo del verano me pilla, imagino que a algunos lectores también, con una cierta inercia que han dado en llamar síndrome de la cabaña. Por supuesto, como siempre pasa, esto es pseudopsicología de esa que encuentra síndromes o estrés cada vez que hay vacaciones, o que acaban, que hace buen tiempo o malo. Pero en el fondo es lógico que uno tenga su prevención a pensar que simplemente porque ha llegado una fecha, este solsticio de verano, las cosas cambian y uno puede olvidarse de mantener distancias, prudencias y cierto aislamiento. Llevo unos días viendo grupos demasiado cercanos y demasiado desenmascarillados como para no pensar que, por nuestra parte, ya no le ponemos distancia al contagio como hacíamos hace unas semanas. Veremos si los rebrotes tienen pautas que nos permitan ordenar un poco la cosa, y esperemos mientras tanto que las terapias, el seguimiento epidemiológico (y ojalá en el futuro las vacunas), nos permitan prolongar esta libertad que ahora debemos considerar condicionada.

Mientras tanto, es curioso que desde sitios tan distantes ideológicamente como los ultracatólicos o la cultura pop surjan defensores de las conspiraciones con fuerzas del mal o nanorrobots o chips que vienen a controlar el mundo con una pandemia provocada o con la excusa del 5G. Las paranoias se confunden y la estupidez temeraria de los antivacunas se une al pánico ignorante de los antiantenas y la conspiración mundial. Vamos, que se avecina un verano caliente. Lo dicho.