os está pareciendo el año más imposible de los imposibles, pero la revolución del planeta es inexorable y hoy arrancamos ese día del nacimiento del sol invicto que celebraron los romanos hace veinte siglos. Como ya comentaba la semana pasada, a esta efeméride anual se suma hoy una gran conjunción de Júpiter y Saturno. Y todo ello muestra que independientemente de lo perecedero las cosas del Universo van a su ritmo, tan poco sensibles con lo que estamos sufriendo como nosotros solemos ser con el propio estado del planeta que nos ha visto nacer. No es que consuele, pero acaso hoy, este lunes que abre el final del año, conviene recordar qué poco somos y cómo, a pesar de tantos siglos celebrando saturnalias y natales en estas fechas lo mejor va a ser seguir sin juntarnos, manteniendo la distancia social, la mascarilla siempre y lavarnos las manos, que sigue siendo lo único seguro. De verdad que han sobrado las luces, las preparaciones y las expectativas. El virus sigue demasiado vivo, mutando a su aire...

Pensar que las próximas vacunaciones pueden perdonar las restricciones que sabemos que son las únicas conductas responsables es ser ingenuo hasta lo punible. Nunca en la historia se había conseguido tanto esfuerzo y tanto logro luchando contra un patógeno que hace solo una año era completamente desconocido y no podemos descabalgarlo. 2020 será recordado como el año en que la ciencia consiguió responder tan rápidamente ante una pandemia y conseguir la vacuna. Pero todavía nos queda luchar para que no sea en balde: nos queda trabajo por comprender la emergencia y actuar, una vez más la política tiene que ser sensata y basada en las pruebas, no en lo que parecía conveniente o rentable en el antiguo escenario de las cosas. Si aprendiéramos esto, sería un buen invierno.