ecesito escaparme un poquito de la Tierra, pero a la vez no dejar de pensar en qué hacemos o qué no. Por esto esta semana y las siguientes andaré por Marte. Allí están llegando varias misiones espaciales que se lanzaron en julio. Se habían planificado para salir en esa fecha, pero nadie sabía que unos meses antes iba a aparecer la pandemia. Afortunadamente pudieron seguir adelante con los diferentes proyectos, el de los Emiratos, el chino y el estadounidense. Son realmente más internacionales de lo que parece, con colaboraciones de muchos más lugares y sobre todo con proyectos de mucha gente que lleva años pensando en cada kilo de aparato que viaja a decenas de miles de kilómetros por hora por el espacio que nos separa de ese planeta.

Con la que tenemos por aquí, claro, es lícito preguntarse qué se nos ha perdido en Marte, pero esa pregunta no nos la solemos hacer con tantas otras cosas que son mucho más superfluas que el desarrollo tecnológico que llevan los temas espaciales. Además, comparativamente, no es tanto dinero y produce un retorno en conocimiento e innovación que siempre ha sido rentable en este más de medio siglo de Era Espacial. Es grande también que podamos conocer otro mundo, reconstruir su historia, intentar descifrar si allí ese misterio de la vida también se produjo, o preparar futuros viajes tripulados. Mucho antes que eso, además, el trabajo de miles de personas se está invirtiendo en esas misiones marcianos, y merece la pena ver cómo nos van desvelando las incógnitas de ese mundo frío y rojizo. Mañana llega la primera, llamada Esperanza; unos días después la estadounidense, que depositará un vehículo en la superficie marciana. Los chinos se quedarán en órbita para decidir, en tres meses, dónde posan su sonda. Marcianos desde un planeta con otros inquietantes problemas.