Asistía yo a la entrega de premios del certamen literario organizado por un relevante consistorio navarro. Los galardones iban siendo entregados por representantes de los grupos municipales. Cuando le llegó el turno al de UPN se produjo un momento de tensión al negarse el premiado a estrechar su mano. Acabado el acto, me levanté y saludé con un apretón al disgustado concejal. No era santo de mi devoción, pero quise distanciarme de lo que en aquel momento me pareció un desaire inútil y, de paso, dar mi apoyo al apurado organizador del evento, euskaltzale de amplio recorrido, que había trabajado lo suyo para que también hubiera un representante de la derecha navarra en un acto relacionado con la cultura en euskera. Varios meses después, fue el citado concejal el que me negó el saludo. Al parecer, seguía sintiéndose injuriado por un artículo mío de varios años atrás. Aprendí una buena lección: así paga el diablo a quienes le sirven. El otro día, al finalizar un agrio debate electoral, el candidato del PNV Aitor Esteban rechazó la mano que le tendía el dirigente de Vox, Iván Espinosa de los Monteros. A Esteban le han llovido felicitaciones por ello, pero también críticas, ante lo que cierta gente ha considerado una falta de educación o de savoir faire. También hay quien se ha sorprendido. Esteban es conocido en el Congreso por su talante conciliador y propenso al diálogo, hasta el punto de ser una de las voces más escuchadas de la cámara, dentro y fuera del hemiciclo. Genuino representante del nacionalismo vasco del siglo XXI, habla con todos y de todo. Especialmente si se trata de barrer para casa. Hay, sin embargo, una línea que no rebasa, un diablo al que no sirve, el que representa la mano neofascista de Espinosa de los Monteros. Sigo alucinando cuando todavía algún indocumentado sigue comparando al PNV con el PP o UPN.