Cuando Rita Segato habla de los feminicidios en Méjico cuenta como, tras la angustia de la desaparición, a los días, cuando aparecen los cadáveres, la autopsia revela que las mujeres han sido violadas repetidamente por grupos de hombres que parecen firmar un pacto entre ellos sobre los cuerpos de las víctimas. Las mujeres representan la mesa sobre la que se firman los acuerdos o el acta que los recoge. También, de alguna manera, el territorio que dominan los violadores y asesinos. Violadas y asesinadas como instrumentos para afianzar el poder.

Las manadas repiten este esquema donde importa la mutua vigilancia y el control entre iguales. A la repugnancia que nos ocasiona tener noticia de ellas, se añade la incomprensión de las leyes que las juzgan. Con la ley en la mano tiene mayor calificación delictiva quien viola a una persona consciente que quien hace lo mismo con una persona inconsciente. No alcanzo a hacerme una idea, o mejor, a hacerme una sensación de lo que siente alguien que quiere violar y viola a una persona consciente. Me cuesta infinitamente más hacerme la sensación en el caso de que la persona violada esté inconsciente. ¿Qué cantidad de desprecio se necesita para hacerlo?

Con la ley en la mano, si estás inconsciente mientras te violan no es violación. Puede parecer un juego de palabras pero es el mecanismo que permite que a una indefensión se sume otra. El bien protegido es menos bien y merece menos amparo si estás inconsciente. Cabría pensar que una legislación que mirara a las víctimas compasivamente las protegería más cuanto mayor fuera su exposición y en esa lógica incrementaría la pena al delincuente que aprovechara el desconocimiento de la víctima, pero la ley no está redactada con empatía. ¿Tendría que redactarse así? Muchas personas lo creemos urgente.