on frecuencia, aparecen en la prensa jóvenes que han alcanzado un cierto nivel de éxito o ejemplaridad profesional o ambas la vez. Una química del Instituto de Tecnología de Massachusetts que lidera una investigación puntera, un brillante antropólogo del Max Planck o un innovador empresario del sector de la logística en Tianjin, por poner algún ejemplo que cuadraría. Jóvenes con apellidos cercanos, de aquí, a quienes hay que reconocer su inteligencia y su trabajo. Eso no se discute. Por seguir profundizando, estaría bien rastrear las condiciones en que esas y esos jóvenes crecieron y se formaron. Habrá de todo, me dirán. La estadística nos dará medias, constantes, les contestaré. En cualquier caso, formar a una persona y más si esa formación alcanza niveles altos supone una ingente cantidad de recursos. Por otra parte, está claro que las personas no reciben por serlo, aquí, sin ir más lejos, una cantidad de recursos equiparables para vivir y desarrollarse. Esta es nuestra sociedad, que no es justa, pero nos consolamos o lo disimulamos afirmando que quien vale lo consigue y que priman el mérito y el esfuerzo personal. Ja. De estas cuestiones pueden hablar con conocimiento de causa los integrantes, profesionales y voluntarios, de los 8 equipos preventivos de los barrios de la ciudad que trabajan con grupos de infancia, adolescencia y juventud. Podrían, por ejemplo, desmontar la fantasía del pleno acceso a las condiciones que consideramos elementales y extendidas, el mito de la sociedad de clase media, de la habitación con conexión a la red para cada niño y niña. Pero al Ayuntamiento de Pamplona le resulta incómodo o sospechoso o ajeno todo lo que suene a trabajo comunitario, desde la base. Prefiere la altura. Y la distancia entre una y otra no se mide en términos de mérito, sino de justicia.