eo dos artículos que se cruzan. Uno anuncia que en unas décadas la biotecnología podrá regenerar órganos enfermos. Buena noticia, permitirá alargar la vida, vivir mejor. Otro, da cuenta de una realidad opuesta, de cuando la vida resulta insoportable. Estos días se ha pedido un plan nacional para la prevención del suicidio, más psicólogas y psicólogos en la sanidad pública, mayor peso de la educación emocional en los currículos escolares. Se ha pedido que se pueda hablar de lo que va mal.

El dolor y el sufrimiento tienen mala prensa. Es costoso contestar al qué tal con un mira, pues con angustia o triste o desorientada. No quiero banalizar, hay que saber con quién se habla, por supuesto, pero sí destacar dos factores que me parecen relevantes entre los que nos hacen ocultar esta parte de nuestra experienciaque nos acompañará mientras no nos extingamos.

El dolor y el sufrimientono son populares, ni estéticos ni rentables. En el escaparate, una mala cara es un fracaso. Como si lo hubieras hecho mal, como si no acertaras. ¿Quién los comentará si sospecha que esta franqueza va a dejarle en una situación de desventaja?Además, han perdido la consideración épica o ascéticaque tuvieron como elementos para templar el carácter o como inversión para una eventual existencia ultraterrena.Imprescindibles en la ficción pero demasiado para la vida.

Y, sin embargo, supongo que cuando han recibido de otra persona la confidencia de una temporada complicada y han podido hablar y acompañar, habrán sentido, además de la lógica responsabilidad, la sensación de que esa intimidad era un regalo, algo importante y sólido. Y al revés, no elegirían para esa comunicación a quien no consideren fiable y valioso.Se nos pide hacer un sitio en las conversaciones, mirar para ver, tenerlo en cuenta.