Somos legión quienes adoramos a Mafalda y hemos sentido de verdad la muerte de su creador. Gracias a aquellos endebles librillos alargados de tapas de colores, algunos oímos hablar por vez primera de la ONU, de racismo, de la guerra de Vietnam, de la importancia de la educación y de las armas nucleares. Casi diría que por esa chiquilla supe de los Beatles y, desde luego, de la existencia de los panqueques. Ahora que ha fallecido Quino y nos hemos vuelto a acordar de su inteligente y redicha preguntona y de los amigos del barrio, echo de menos sus certeras reflexiones que nos ayudaban a pensar en las grandes cuestiones. Estoy segura que Mafalda tendría una opinión clarísima sobre todo lo que nos acecha y preocupa y lo mismo levantaría su dedito contra los peligros del carril bici bidireccional que recorre Yanguas y Miranda y las avenidas del Ejército y Bayona hasta apostar como muchos ciclistas por rodar con su triciclo por las aceras, aun a riesgo de una multa; como hablaría de solidaridad hasta aburrirles a los tres vecinos de pueblos confinados a quienes la Policía Municipal identificó en el centro de Pamplona. De todas maneras, seguro que su mejor cara de pícara hastiada la reservaría para el momento en el que supiera que el presidente Trump había pillado el coronavirus