ntuí hace días que la cepa británica y su alta capacidad de transmisión iban a aguarnos el poco espacio de relaciones sociales del que disfrutamos y lo supe porque, de la noche a la mañana, todo son contagios a mi alrededor. En casa tengo a un chaval encerrado después del positivo de uno de sus amigos -por cierto, con todo lo que se ha escrito del covid, no alcanzo a entender cómo no he leído sobre los pormenores de un tedioso e irritante aislamiento en gente sana- y, además, cuatro compañeros de la universidad de su hermana han dado positivo. Es decir, casi la mitad de la clase confinada y etc etc. De alguna manera, el perturbador y veloz ascenso de la tasa de positividad y de la incidencia acumulada no me ha cogido de nuevas ni, al menos en Navarra, el consecuente cierre del interior de la hostelería y la reducción de aforos. De nuevo, un paso atrás. Alguien dirá que vamos a vivir sí o sí una Pascua como las de antes, pero qué se puede esperar de una semana en la que se ha imputado a un monaguillo sesentón por quedarse con dinero del cepillo ante la resignación de los vecinos de Larraun y hemos sabido que una monja de 85 años se sentará en el banquillo de los acusados por una presunta imprudencia derivada del atropello a una ciclista. ¿Qué conducía la sor? Un Citroën.