I AYUSO Y SU VESTIDO. Fotografía desafortunada la de la presidenta Ayuso el día de la constitución de su gobierno, pero habrá que volver sobre lo ya dicho. Por muy cursi que nos resulte su vestimenta y muy grotescas y desternillantes que sean sus ocurrencias, esa no es la cuestión. El clima de agresividad, violencia verbal y ofensa gratuita de la vida pública ha quedado reflejado en lo escrito a propósito del vestido con el que apareció Ayuso en escena. Por muy antipático que nos resulte un personaje público, leer sobre su entrepierna, no es de sal gorda, sino zafio, acoquina más que enoja. La grosería sexista no tiene efectos políticos, no aporta nada, salvo que desenmascara a quien la usa y con quien no puedes compartir proyecto alguno. La vida política española no es una carnavalada, aunque lo parezca. Acabar con eso es también una tarea política. Yo no sé qué tiene de carnaval y espectáculo arrevistado lo sucedido en los últimos años por lo que al estado del bienestar se refiere y la amenaza real que representa la derecha a la cabeza de todas las instituciones del estado. Si hay una tarea política urgente es justamente acabar con la carnavalada que oculta el drama, que lo es, por mucho colorín que le echen al relato oficial.

La cuestión no es si nuestros adversarios van vestidos de esta o de esa manera, si su cara invita a la caricatura o si sus apellidos sirven de sacapuntas para el ingenio romo. La cuestión es cuál es su proyecto político: las privatizaciones de servicios públicos elementales y su alcance, las viviendas sociales hechas negocio, las obras públicas innecesarias, la asistencia social, las cuestiones de medio ambiente?

II FUEGO AL CHAPARRAL. Algo más que una frase. Arden los pulmones del planeta. Arden la Amazonía brasileña y la Chiquitanía boliviana y otras regiones en las que se ha dado entradas a colonos para tierra impropias para el cultivo. Es un asunto ya viejo que ha tomado proporciones ahora alarmantes. En el fondo, ese fuego no nos inquieta, está lejos, como los muertos que jalonan a diario el horizonte en guerras que no cesan. Hace ya mucho que hemos dejado de ser Charlie: los habitantes de esas selvas nos son invisibles. La verdad es que el daño al ecosistema no nos preocupa en exceso porque lo vemos como algo lejano que no nos puede tocar. Considerarlo irremediable es una manera de quitárselo de encima, a no ser que se admita con alegre fatalismo un peligro generalizado. El daño ocasionado a la biodiversidad y a los habitantes de esas regiones es incalculable. La derecha, o la parte más salvaje de ella, no se inquieta porque sus portavoces dicen que son moralmente superiores y que esta queja, que lo es, y que de ahí no pasa, es cosa de la izquierda malévola y sin argumentos de peso. El cambio climático es un invento, dicen, por mucho que quien lo sostiene, lo padezca, algo que tiene guasa.

Países como Noruega y Finlandia toman medidas o cuando menos las proponen. Una, no importar madera brasileña; otra, no comprar carne procedente de Brasil, un país dirigido por alguien que se está revelando como un peligro mundial.

“Cuando un bosque se quema algo suyo se quema señor conde”, por no hablar del no muy digno “El que venga detrás que arree?” No, esas gracias se han convertido en algo temible por mucho que el humo esté lejos, porque está cada día más cerca. No hay paraíso a salvo de lo que parece una furia autodestructiva, y esa sí que es una temible certeza.

YIII SUPERIORIDAD MORAL. Sí, la que se arrogan quienes piensan que los ahogados en el Mediterráneo son muertos necesarios para acabar con políticas migratorias de avalancha que engordan mafias y que hay que dejar sus precarias embarcaciones a su suerte, para ver si escarmientan. No nos ponemos de acuerdo en los motivos por los que esa gente se echa al camino y al mar. Lo que para unos es cuestión de vida o muerte, para otros es de vivir de gorra. Y una ministra hablando de “permiso para rescatar náufragos” es bochornoso. Los derechos humanos son un estorbo cada vez mayor en todos los terrenos y las llamadas leyes del mar algo propio de otra época o que solo funciona en propio beneficio, es decir, si los náufragos son de los nuestros.