Resulta inexplicable (mera retórica la mía) que un presidente de Gobierno, por muy en funciones que esté, tenga el cuajo de hablar de “estertores de una etapa superada” para referirse a la semana de movilizaciones, protestas y marchas que acabamos de pasar, porque lo que está sucediendo en Cataluña ni son estertores ni es una etapa superada. Demuestra poco seso. La contundencia de la respuesta ciudadana pacífica, la de las marchas, a la sentencia del procés es la mejor prueba de que hay “etapa” para rato.

De hecho, la “etapa” dura desde hace más de cien años, a poco que nos asomemos a la historia, esa historia que en manos de cretinos se convierte en señalar al presidente Compains como destructor de un régimen constitucional y al Borbón como rey de Hispanoamérica. Pero no es nuevo que el gobierno de la cosa pública está en manos de gente de instrucción deficiente que, encima, nos toma por débiles mentales: es el clima de la época y poco se puede contra él si contra el cambio climático solo cabe rezar, eso le dijo a Riechmann uno de los policías que le detuvo hace unos días.

La etapa es un callejón sin salida o así al menos la veo yo. Enviar y hacer intervenir más fuerzas en Cataluña no creo que equivalga a otra cosa que a echar más bencina a la hoguera y a añadir agravios a la ya muy larga lista de estos; agravios que para unos son reales y para otros imaginarios. ¿Dialogar? Sí, no puedo estar más de acuerdo ¿pero sobre qué? Las posiciones están tan enrocadas que esa del diálogo es, me temo, una palabra poco menos que vacía. Leía días pasados al escritor catalán Xavier Casanovas, poco sospechoso de radicalismo, una reflexión muy ponderada sobre la sentencia y sus consecuencias, y me permito citar estas líneas cuyo contenido comparto: “El dolor, y los años de prisión y sufrimiento quedarán como una cicatriz que escocerá cada vez que se apele a palabras mayores (tan a menudo abstractas y vacías de contenido) para solucionar este conflicto político”.

El Tsunami democratic puesto en marcha de cara a la respuesta a la sentencia del procés es una poderosa arma informática de movilización masiva de “estertores” que intentan detener desde le Gobierno (poder judicial) y puede que lo consigan, pero está claro que detrás de esa herramienta, habrá otra. La calle en este caso va por delante. Una calle que por muy asombrosas que sean las manifestaciones y marchas dista mucho de pertenecer a los independentistas. La calle sigue siendo de quien tiene la fuerza en sus manos.

No hace falta ser un jurista muy avezado para apreciar que la sentencia del procés sienta las bases para criminalizar en un futuro inmediato derechos ciudadanos, como es el de manifestación, porque reconoce “la desobediencia civil como un verdadero derecho de la ciudadanía”, cuando en la calle se está reprimiendo de manera cada vez más dura ese derecho con palos y detenciones, y no solo en Cataluña, lo que se entiende mal fuera de un alarde de cinismo y prepotencia que impregna toda la sentencia y la instrucción del sumario.

Hay tumultos violentos, mucho, en las calles de Barcelona protagonizados por grupos de radicales (por decir algo porque no sé quiénes son) o de gente a la que las palabras no le bastan porque está claro que no es verdad que se pueda hablar de todo sin violencia, eso es retórica retorcida propia del autoritarismo consciente de quién tiene la fuerza y quién no. Una violencia alentada también por infiltrados, de cuyas actuaciones y presencia hay documentos gráficos contundentes que solo la mala fe sectaria puede negar, porque además están en el guión de todos los tumultos, en todos los países.

Por si fuera poco, días pasados circuló por las redes un documento de audio en el que se podía escuchar que personas que alardeaban de tener formación militar suficiente buscaban reunirse, entre 500 y 1.000, para atacar los independentistas. Ni afirmo ni niego, en Twitter lo vi. ¿Voluntad de aclarar cuestiones como esa desde fiscalías o jueces sensibles a apreciar terrorismo hasta en el eructo? Ninguna. Lo mismo por lo que se refiere a maleantes neonazis, bandas ya de matones, rebautizados como “partidarios de la unidad de España”.