o puedo recordar en qué película aparecía (salía se decía antes) una barraca de tiro al mono, en la que de mono hacía un desgraciado que hurtaba como podía las bolas de trapo que le tiraban los gañanes o si era algo que me contaron en la infancia de cosas de ferias de hace cien años: "Leña al mono hasta que aprenda el catecismo".

Pablo Iglesias no se va al basurero de la historia como ha dicho, con una inelegancia soberbia, la marquesa de Núñez de Balboa, en nombre de sus cayetanos, acostumbrada a tratar al personal que no sea de su casta como lacayos. Borde, sencillamente borde, muy en posesión de una libertad de expresión, amplia y extensible con el apoyo de togados de su cuerda, pero borde, y no solamente ella sino toda una caterva de políticos en ejercicio, comunicadores, periodistas, caricatos, futbolistas... que con sus palabras ofensivas han demostrado quienes son: gente con la que apetece poco o mejor nada convivir y que ve con muy malos ojos toda disidencia política que no sea la de reparto del bipartidismo. Unos y otros han demostrado lo que yo al menos vengo diciendo desde hace tiempo: que en la política española no se vive en adversarios, sino en enemigos, y me temo que irreconciliables.

No estoy muy seguro de que sean los errores políticos cometidos por Pablo Iglesias desde su cargo de vicepresidente de gobierno o en el interior de su partido, los únicos que han propiciado el descalabro electoral del movimiento por él encabezado y su marcha justificada y se ve que meditada. Hay algo más, algo más que frustración social y que tiene que ver con el miedo que provoca cualquier rebeldía entre quienes tienen los refranes como la más alta expresión de la inteligencia: "Más vale malo conocido que bueno por conocer". Confieso tener alergia a los refranes y su falso senequismo. Además, la autoridad, se respeta, y de disentir, que se haga dentro de un orden, lo demás es libertinaje. Con todo, es un enigma ese voto desmemoriado en barriadas que padecen los rigores de la política neoliberal por parte de aquellos a los que sostienen en el poder: libertad, birras, terracitas, trabajo... ¿qué trabajo? Los que han sido aparcados, por la turba ida y cayetana, y por lo medios de comunicación atacados en su libertad de prensa, son los 9.470 ancianos que vivían en residencias de Madrid, 7.291 de los cuales "fallecieron en el propio centro, sin recibir atención médica ni ser trasladados a un hospital", escribía hace unos días la directora del diario Público. Como si eso no hubiese existido, y a partir de hoy, menos.

No había que tocar a la prensa propiedad de medios financieros y entreverada de mafiosos e Iglesias la tocó, porque no era un periódico tradicional y ya anacrónico o unos periodistas (ídem) lo que se tocaba, sino a quien orquestaba los acosos, los derribos, manipulaba la información de los hechos, y eso no entraba en el juego de la política tradicional. Los intocables, quietos, así estaban por otra parte. Nadie les estaba impidiendo seguir ganando dinero a espuertas. Nadie iba a tocar el Concordato, ni iba a limpiar las cloacas de la Policía, ni del Ejército... Nadie, nada... Y los intocables por miedo a ser tocados, actuaron: promovieron campañas infames con tintes claramente golpistas, acosos mediáticos y judiciales con un impacto social evidente porque nadie se pregunta si lo que le están contando es verdad o no, con que sea efectivo y de brocha gorda, basta.

Ningún político de la historia reciente ha sido tan vilipendiado, insultado, atacado, amenazado, despreciado, en público y en privado, a modo de contraseña, dentro y fuera del Congreso de Diputados, en la España de las terracitas y en la prensa afín a la derecha golpista, patraña sobre patraña: El Coletas, La Rata, El Chepa... una bajeza, más incluso que una zafiedad propia de taberna de mayorales, ganaderos y señoritos cayetanos preceptivamente engominados, como aquellos que se reunían por fiestas en Casa Plácido, hele, hele, alcurnias, porque todo esto no puedo dejar de verlo sino en clave taurina con acabado de descabello en manos de puntilleros.

Unos y otros han demostrado lo que yo al menos vengo diciendo desde hace tiempo: que en la política española no se vive en adversarios, sino en enemigos, y me temo que irreconciliables