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Pueblos en el Parlamento

nuestros parlamentarios dedicaron la semana pasada un buen número de horas a conocer y debatir en distintas comisiones sobre las preocupaciones de varios pueblos. Son problemas menores para el gran público, que raramente saltan a las portadas de los periódicos, pero que suponen muchos quebraderos de cabeza para los vecinos. En pocos días, en el Parlamento se ha hablado del colegio de Murieta, cerrado de forma fulminante en pleno curso; de la ruidosa cantera de Urdax y su compatibilidad, o no, con las milenarias cuevas; de la situación en que queda el Ayuntamiento de Ultzama tras el fracaso de la planta de biogás; y también de los gastos que origina la plaga de avispa asiática en muchas localidades y, sobre todo, de quién los paga. También pisaron la moqueta del Parlamento los vecinos de Izurzu y Salinas de Oro, incompensiblemente incomunicados telefónicamente en la segunda década siglo XXI. Y las trabajadoras de la residencia de ancianos de San Martín de Unx para dar cuenta de la situación insostenible del centro, para ellas y para los residentes, después de cuatro meses de huelga. Y la alcaldesa de Artajona y los trabajadores de la empresa Neoelectra-Ecoenergía que, si nadie lo remedia, va a dejar un marrón en el pueblo en forma de pérdida de puestos de trabajo y de problemas ambientales.

Está bien que el Parlamento conozca las dificultades de nuestros pueblos, temas menudos si se comparan con las grandes leyes y debates políticos, pero importantes para mucha gente. Los vecinos se sienten aliviados de poder compartir sus problemas con sus señorías que, en general, les ofrecen comprensión y buenas palabras. Algunas veces se apuntan soluciones, aunque en otras las quejas vecinales se quedan entre las cuatro paredes del Parlamento o derivan en mociones que luego el Gobierno no cumple. Por eso, también estaría bien que los pueblos se llevasen de la Cámara algo más que una palmada en la espalda.