Ahora que llega la Korrika me viene a la memoria una curiosa pintada en la calle San Nicolás. Cuando San Nicolás tenía puestos de hippys con foulares y los grafittis eran tuits en las paredes. Con un fondo blanco y siluetas negras, aparecían, a modo de secuencia, un mozo corriendo delante de las astas de los toros; otro ante un madero con bocacha; y otro, con el testigo de la Korrika. Y se podía leer: “Iruñean, beti korrika egiten” (“En Pamplona, siempre corriendo...”). Y así seguimos. No hay más que asomarse por la orilla del Arga y otros parques para ver a cualquier hora a un montón de gente en pantalón corto con pulsómetros, zapatillas de 100 euros y colores fosforitos trotando como locos. Pero hay una diferencia. Antes se corría por alguna razón: porque te seguía la policía en un manifestación; para mantener la tradición del encierro; por el euskera, como en la Korrika.. Causas y cosas colectivas. Intangibles. Ahora, salvando la loable excepción de las carreras solidarias y populares, se corre para uno mismo. Para mantenerse en forma; para preparar una carrera bajando de 5,20”; porque te ha llegado al buzón un anuncio de ropa del supermercado; porque está de moda... Justo cuando van a reestrenar Blade Runner, se podría decir -como aquel replicante que lloraba antes de morir- eso de: “Yo he visto cosas que vosotros no creeríais; al Kali (que me perdone Ridley Scott por la adaptación...) un tipo que jamás se había puesto un chandal, batir el récord de los 200 metros obstáculos en Jarauta saltando por encima de coches cruzados; al Jaime subir el puerto de las Coronas sin poder respirar balbuceando “Tipi-Tapa, Tipi-Tapa, Korrika!...”; al Teto, lo menos taurino que te puedes echar a la cara, enfilando Santo Domingo con los Cebada tras una gaupasa sanferminera... Escenas más dignas de Trainspotting que de Orión. O de la Iruña de los 80 a la que puso banda sonora Tijuna in Blue. Porque vale que son mis amigos, pero esta gente corría por algo y para algo. Lo del running es -barkatu también por la ordinariez- una gilipollez posmoderna por mucho que escriba el Murakami ese...