Ahora que llega el buen tiempo, toca hablar de lo realmente importante: las piscinas de uso lúdico están documentadas desde el antiguo Egipto. En los días de tórrido calor, el faraón decía: “Me voy dar un bañaco que se va a giñar la esfinge de Gizeh”. Y lo hacía en su palacio, sin necesidad de irse hasta el Mediterráneo o el Nilo y, por tanto, sin riesgo de volver con un cocodrilo enganchado al fémur. La idea gustó a los griegos, y aún más a los romanos, y así (salvo en la Edad Media, que eran unos guarros) hasta nuestros días.

Conclusión irrefutable, científica: los baños en zonas naturales son la prehistoria y la piscina es la civilización. Sin animales peligrosos -y ahí caben desde los erizos a los tiburones-; sin olas, resacas o remolinos traicioneros; y, sobre todo, sin arena, la más abominable y repelente sustancia que hay en las playas -y, poco después, en la toalla, el móvil, los ojos, el pelo, el bocata y hasta el tercer ojo-. El libro de El libro de arena de Borges se llama así porque “como la arena, no tiene principio ni fin”, y cuando vuelves de la playa compruebas esa omnipresencia en cada resquicio de tu coche.

En una piscina comme il faut hay sombras de verdad, y sin tener que llevarla tú; y hierbita verde y fresca pa’ tumbarse; y los precios del bar no son de aeropuerto; y vestuarios acogedores; y duchas de agua dulce; y baños cerca (como los de la playa están lejos, no va nadie y el ph del agua acaba rozando el del ácido sulfúrico, y el que esté libre de pecado que felicite a su vejiga); y no soplan vientos de Fuerza 2 con nombres rarunos (que además, dicen los viejos del lugar, te vuelven loco según cómo te den); y no se mete una medusa en tu traje de baño, que a mí me pasó de pequeño; ni debes moverte cada cuarto de hora para que el salitre no te convierta en la mujer de Lot.

En suma: la playa está llena de bichejos, de cosas puntiagudas -qué gran hermanamiento con la Madre Naturaleza es pisar una concha de mejillón boca arriba- y de arena, y la piscina se inventó para mantener todo eso bien lejos del ser humano.