Espárragos
m e gustó la carta que escribía ayer en el periódico la concejala de Dicastillo Mari Jose Sagasti. Invitaba a acudir a la fiesta del espárrago de su pueblo y la relacionaba con la construcción de la línea de alta tensión, un proyecto que sobrevuela, no se sabe muy bien cómo, Dicastillo y otras doscientas localidades de Navarra y Gipuzkoa. En los últimos años el Día del Espárrago de Dicastillo ha venido teniendo un cierto aroma reivindicativo contra esa infraestructura y tal vez por eso no suelen acudir políticos de postín, al menos los de la derecha. Tampoco estuvieron ayer, y eso que andan en plena campaña electoral, pero parece que prefieren hacerse las fotos de rigor en otras localidades más proclives a sus intereses.
Los políticos en campaña, y también fuera de ella, son un espectáculo a la hora de acudir allí donde se reúnan unos cientos de votantes, y estas fiestas gastronómicas parecen hechas a pedir de boca. Y la verdad es que tienen dónde elegir. Empezaron con el aceite de Arróniz en febrero y en cuanto llega la primavera se multiplican. Solo en los últimos días hemos tenido el relleno de Villava, las verduras de Tudela, los espárragos de Mendavia y Dicastillo, el vino de Olite y enseguida vendrán otras muchas. He llegado a contar hasta ochenta ferias de este tipo cada año en Navarra y seguro que hay más.
La mecánica es la misma. Un pueblo exhibe su producto estrella y allí que van cientos, miles de personas a degustarlo gratis o a precio de saldo. Es una forma estupenda de pasar el sábado o el domingo por poco dinero. Pero conviene recordar que cuando los de la ciudad vuelven a casa, se quedan allí el pueblo y sus habitantes, esos que cultivan los espárragos, las verduras y el vino. Como decía Mari Jose Sagasti en su carta, sin un Dicastillo vivo no habría feria del espárrago. Estaría bien que nos acordásemos de estos pueblos no solo una vez al año. Y esto vale también y sobre todo para los políticos.