Omnipresente y omnipotente
tras casi dieciséis años al frente de Telefónica y a punto de cumplir los 71, César Alierta cede el timón a su delfín José María Álvarez-Pallete al objeto de que complete la digitalización del negocio para 2020 pero bajo su tutela, ya que seguirá como consejero del grupo hasta entonces. Todo un personaje este Alierta, mucho más que el rector de una compañía que bajo su égida acometió la privatización total, desde el monopolio a la apertura del mercado de las telecomunicaciones, con el corolario de una expansión internacional que el año pasado reportó a la marca un beneficio neto de 5.787 millones de euros -sin descontar los 2.896 del plan voluntario de suspensión de empleo para mayores de 53 años- y 322 millones de accesos sumando todas sus plataformas. Con la progresiva retirada de Alierta se extingue el ejecutivo de multinacional omnipresente y omnipotente, con influencia sobre todas las grandes firmas de su entorno -aún preside el Consejo Empresarial para la Competitividad, la entente de una quincena de compañías con una facturación equivalente al 35% del PIB español- y sobre las instituciones de cualquier signo, fuera acomodando a Urdangarin en Washington o fichando por ejemplo a las parejas de Soraya Sáenz de Santamaría, Eduardo Madina o Manuel Pizarro, a la sazón Yolanda Barcina. Una figura de éxito la del gestor aragonés merced a una formación en la Universidad de Columbia que le procuró una familia de posibles -su padre fue alcalde de Zaragoza en el tardofranquismo-, una agudeza forjada en diez años de carrera como broker que le propulsó a la cúspide de Tabacalera, entonces empresa pública de gran fuste, y una creciente habilidad social que le deparó el favor del presidente Aznar para sustituir a Juan Villalonga en Telefónica en julio de 2000. Tres lustros que dejan a los accionistas un dividendo mínimo garantizado para 2016 de 0,75 euros por título, a pagar en efectivo, y su propio bolsillo tan rebosante como que sólo en 2015 ganó 8,7 millones de euros, sobre 6,5 de salario. Una cuantía impactante que bien pudo merecer en atención a sus desvelos, pues Alierta se mantuvo en alerta hasta dormido. Con el móvil siempre disponible y sin problemas de wifi.