Síguenos en redes sociales:

Casas de madera

Ahora que se habla tanto de construcciones pasivas y de bioclimatismo en vivienda no entiendo muy bien la razón por la que nadie se plantea la recuperación de la madera como el material sostenible y ecológico que es. Salvo arquitectos hippies como Iñaki Urkía que defiende esta técnica ancestral que aporta cálidez en invierno y frescura en verano, las únicas casas de madera que vemos son las que nos venden como cabañitas de juguete para decorar jardines.

Siempre he envidiado en las películas americanas el concepto de vivienda, el hecho de que tanta gente viviera en una casa y que fueran de madera aunque estuvieran prefabricadas. Estados Unidos es un país rico en bosques y la madera es el material más barato; Alemania y Francia también han sabido mantener esta tradición. En los pueblos del norte la mayoría de las viviendas se construían en madera. Ahora, ni en la montaña navarra. En nuestro país todas las casas son de hormigón y ladrillo, material que se ha generalizado, dicen, por ser barato, resistente y refractario al calor. Es una industria muy potente. Hay otras diferencias que nos separan de los americanos (que pasan más frío por otra parte) como es la concepción de la vivienda como un bien para toda la vida, que acoja a diferentes generaciones, o el apego al barrio o ciudad donde uno nace, una mentalidad que no existe en un país de mayor movilidad geográfica, donde no se valora tanto el precio de la vivienda y existe una mayor demanda de alquiler.

En el valle de Erro los mayores todavía recuerda aquellas jornadas como madereros trabajando de sol a sol en sus años mozos, desde las seis de la mañana, hasta las siete de la tarde; se pagaban 60 pesetas por cada tonelada que sacaban de los bosques de hayedos y robledales de Espinal o Sorogain. Con ayuda de los bueyes y, ya a pie de monte, con apoyo de camiones, aquellos hombres almorzaban buenas chulas de tocino con la bota de vino a cuestas después de tirar de riñón maderos de más de 30 metros de altura. Era un mercado pujante. Seguramente fueron años de tala indiscriminada a los que se dio paso a un respeto absoluto por los bosques, a la vez que a una despoblación total de los núcleos rurales. La falta de ganado y el exceso de proteccionismo medioambiental (el que no se tuvo con la especie humana que vivía en los pueblos) ha propiciado que zonas de bosque y sotobosque que antes se limpiaban de manera natural gracias al pastoreo y otras actividades, se encuentren, en muchos casos, inaccesibles. Incluso sean pasto de llamas. A su lado, no vive nadie... Nunca hemos sabido encontrar el equilibrio. El desarrollo nos abrumó seguramente.