No tengo nada nuevo que aportar a la cantidad de artículos y de análisis publicados en los últimos días. Nada que no pase por la experiencia, supongo que compartida por otros muchos, de quien ha conocido a varios alcaldes socialistas al frente del consistorio de su localidad, y donde hoy pasan muchísimos apuros para conseguir un solo concejal (y por los pelos) en las dos últimas elecciones locales. De todo a casi nada. De dominantes a subordinados. Lastrados seguramente por el empuje más decidido y sin titubeos de otros grupos, alguno con mensajes más aldeanos y apocalípticos, a los que no han sabido dar una respuesta sostenida en la certeza de sus convicciones, supeditadas ahora estas al ordeno y mando impuesto desde Madrid. No voy a escribir del vodevil organizado por el PSOE a la luz del día y ante el reproche a gritos y pancarta en mano de militantes que se sienten engañados por quienes apelan a los altos intereses del Estado que, por lo general, coinciden con los altos intereses de los grandes grupos empresariales que no necesitan pactar un documento con doscientas propuestas porque solo les mueve un principio básico: el del propio enriquecimiento. Bastaba asomarse el sábado por la noche a dos tertulias en dos canales de televisión de ideología opuesta para encontrar un solo punto de coincidencia: el entusiasmo de los más conservadores ante el incendio en la sede de Ferraz. Aunque yo no escriba del PSOE, la alegría indisimulada de esos tipos, a los que solo les faltaba contar chistes de Pedro Sánchez para amenizar la fiesta, entiendo que no es buena para mí. Los millones de votantes que no queríamos un gobierno ni del PP ni de Rajoy -que somos mayoría y si no cuenten...- nos lo vamos a tragar sin sorbo de agua cuatro años más. ¡Y luego se extrañaban de que Rajoy pasara semanas sin hablar y no tomara la iniciativa para formar Gobierno! ¿Para qué si le estaban allanando el camino? No iba a escribir del PSOE pero, ya ven, yo no he podido abstenerme.
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