erroneo o acertado en el fondo o en el tono, y les guste o no a unos y otros, el discurso de Gabriel Rufián (ERC) del pasado sábado, en el que arremetió contra “la traición” del PSOE por permitir el gobierno de Rajoy, es el más relevante de los que se han oído en el Parlamento en los últimos años, y la prueba del 9 es el gran revuelo de adhesiones y rechazos que ha provocado en todo el espectro político.
Lo más irónico del asunto es que a quien más parece haberle molestado -a tenor de la dureza con la que ha salido en tromba a por él- es al facherío que, con ultracentristas como Ussía, Antonio Burgos y Terstch a la cabeza, ha realizado un finísimo análisis político consistente en decir que Rufián tiene el apellido que se merece, aparte de dedicarle un montón de insultos a la vez que (nótese la incoherencia) le acusa de faltón y de bajar el nivel del debate político.
Otros -quizás con el argumento más sólido contra él- le han recordado que su partido apoya a los corruptos de Convergencia, o como se llame ahora. Buena réplica, pero que solo vale para ERC y no para los ciudadanos que suscriben el discurso del sábado sin ser diputados en el Parlamento catalán.
A eso se le pueden añadir todas las voces que se han alzado contra el tono incendiario y provocador con el que habló Rufián -muchos le han llamado borracho, lo cual es, aparte de otro insulto lamentable, olvidar que se supone que los niños y los borrachos siempre dicen la verdad-.
Pero, en suma y a lo que vamos, no hemos oído a un solo crítico que haya cogido el texto del discurso y lo haya ido desmintiendo párrafo a párrafo. El propio PSOE ha reaccionado rasgándose las vestiduras por tal atentado a su honor, y dándole cera al catalán, pero aún no ha replicado a los argumentos. Lo cual nos lleva a concluir que bastantes de las cosas que dijo Rufián no escuecen por falsas sino por ciertas. Y la verdad, ya se sabe, es verdad la diga Agamenón o su porquero, la diga un caballero o un rufián.