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Blanca Esther y Vicenta

Asistí al entierro de Blanca y la mañana del sábado en el cementerio de Burlada quiso ser tan luminosa y limpia como las palabras de su amigo Juan José Bueno. Fue un homenaje a quien ha vivido dando, amando, disfrutando... Es difícil ser de Burlada y no valorar a la familia Marqués Andrés (varios de ellos comerciantes). Allí estaba saliendo del tanatorio su madre Doña Vicenta, con 91 años, que con apoyo de un andador había llegado caminando desde casa. Entera, digna (directora del colegio Hilarión Eslava en los años duros). Así debía ser Blanca Esther Marqués Andrés. “Nunca hubiera aceptado un maltrato”, asegura un compañero.

No hay denuncia (¿cuántas mujeres sufren maltrato, sobre todo psicológico, y lo callan?), no hay antecedentes de maltrato conocidos, no hay dependencia económica... Porque no hay un único perfil de maltratador. “Intento recordar en qué momento se me fue la cabeza y no lo veo. Nunca sabré por qué pasó ni cómo...”, declaraba el asesino que durante doce horas retuvo el cuerpo de su víctima estrangulada en su propio domicilio (piso y coche de ella) antes de arrojarlo al río para añadir más sufrimiento a la familia, que hasta el jueves no pudo recuperar el cadáver. El mismo que acudió a casa de familiares esa misma tarde y que vio un partido de Liga en compañía de amigos. Sangre fría como poco. No era el prototipo de agresor impulsivo sin duda, pero el relato que prepara en las redes sociales y la manera en la que trata de culpabilizar en parte de lo ocurrido a supuestas presiones de un amigo de Blanca suenan a más de lo mismo. A la incapacidad para resolver conflictos y afrontar sus frustraciones, sean las que sean, a inseguridad... no es el primer ni el único maltratador asesino que trata de normalizar sus comportamientos y se presenta como víctima. No todos los hombres machistas son conscientes de que lo son pero el miedo a perder privilegios termina desatando una violencia interna letal en algún momento de su vida. Blanca le dice que se vaya de casa, le llama mantenido y le conduce hasta la puerta. Él ve cuestionada su hombría. Le agarra por la espalda, la derriba y después la estrangula. La actitud rebelde de ella hace tambalear su estrategia de control. “Si no ejercemos el derecho de decir lo que pensamos, te anulan, y si lo hacemos, nos matan”, reconoce Anacar Senosiáin, técnica de igualdad. Un 90% de los asesinos se entrega a la policía (otros se suicidan) lo que conlleva además una atenuante por confesión. Refrendan su crimen y están dispuestos a pagar el precio social de sus actos pero reivindicando de algún modo su conducta de hombre hecho y derecho. ¿Atenuante? Ninguno.