Muchos recordarán la egocéntrica precampaña electoral que Javier Esparza hizo hace un par de años en el baldío intento de UPN por agarrarse al poder. El candidato, que terminó por arrogarse la condición de navarrísimo, explicaba a través de una serie de spots que era de pueblo, currante y deportista, entre otras ocurrencias. Es verdad que logró el objetivo de que se hablara de ella, pero fracasó estrepitosamente en las urnas y lastró a su sigla al peor resultado desde 1983.
De su pasión por el deporte es más o menos conocido su pasado futbolero como portero en distintos equipos del ámbito regional. Sin embargo, no teníamos referencias de su gusto por el himalayismo político. Pero ahí tenemos al líder de UPN desde que pasó a la oposición: en lo más alto del monte y sin oxígeno. Con un discurso extremo, Esparza ha radicalizado a la formación regionalista más allá de lo que lo hiciera su predecesora, Yolanda Barcina. Solo en lo que llevamos de año, hay al menos cuatro ejemplos palmarios que retratan al presidente regionalista. El primero vino después de que el Gobierno de Navarra sentara las bases con el de España para tratar de reactivar el corredor ferroviario que UPN-PP dejaron tirado y con un pufo de 45 millones en las arcas forales. Entonces, reclamó que se haga el inviable TAV diseñado en el gravoso acuerdo entre UPN y PSOE de 2010, bajo la amenaza de rechazar los Presupuestos del Estado que presente su socio electoral. Poco después, desautorizó a uno de sus parlamentarios, que había votado a favor de la celebración del homenaje a las víctimas de la violencia ultra y policial, que UPN boicoteó después de haberse abstenido en la tramitación de la ley. Hace ocho días dio otro paso en su infatigable himalayismo al no asistir a la concentración del Día Europeo de las Víctimas del Terrorismo. Y este lunes votó en contra de la misma declaración que su partido había apoyado unas horas antes contra la kale borroka. Difícil de explicar su deriva.