C omo casi todo el mundo, he seguido con mucho interés y no menos perplejidad el asunto de los autobuses de Hazte Oír, y hasta me he metido en sus webs para intentar entender su mensaje. Aunque cuanto más profundizas, más alucinas.

Al parecer, su tesis es que tanto la transexualidad como la homosexualidad son producto de una mala educación, de que los padres no cortan -en ese momento inicial en el que se está a tiempo- la desviación de sus hijos. Y, por eso, lamentan el “adoctrinamiento” del LGTBI, que no solo no frena esa anomalía sino que la promueve, lo que provoca que haya más gays y más transexuales.

Dicen los biólogos que eso es un disparate insostenible, y lo demuestran con mil razones que no caben aquí, pero ahí es donde Hazte Oír más nos sorprende, al decir que sus enunciados son científicos. De su pseudociencia particular, claro está.

El truco es sencillo: Hazte Oír cita continuamente como argumento de autoridad al Colegio Americano de Pediatras. Y, claro, puedes acabar pensando: “Hombre, si lo dicen los pediatras de Estados Unidos, será cierto”. La trampa es que ese colegio no es el organismo que agrupa a los pediatras de EEUU, sino una asociación fundada en 2002 por un grupo de pediatras opuestos al aborto, la eutanasia, las relaciones sexuales prematrimoniales y la adopción de niños por parejas del mismo sexo. En resumen, el Hazte Oír de allí.

Es divertido que una asociación ultracatólica como Hazte Oír se escude en la Ciencia, tras dos milenios en los que la Iglesia ha considerado el dogma por encima de la revisión permanente que es esencia de la Ciencia, valga la licencia (cacofónica). Pero la cosa pierde toda su gracia cuando ves que se utiliza de manera torticera para hacer daño a los demás.

Jamás se me ocurriría pedirle a una religión que su corpus sea revisable científicamente, porque su ámbito no es la sabiduría sino la fe (creer sin pruebas). Pero qué menos que pedirle lo que su Iglesia proclama: en vez de autobuses del odio, amor al prójimo.