Ojalá Navarra tuviera mar
Ojalá que Navarra tuviera mar. Nos vendría bien. Y no estoy hablando de la reivindicación histórica de la Nabarra marítima. Ni de la folklorica de la playa de la Concha o de la séptima merindad de Zarautz... Me encantaría que Navarra tuviera mar porque entonces tendríamos estibadores. Sí. Los trabajadores que cargan y descargan barcos en los puertos. Su polémica ha pasado un tanto desapercibida tierra adentro. Aunque ha saltado a las portadas cuando el marmóreo Rajoy ha chocado contra ellos. Una derrota política que marca un cambio de tendencia. Desconozco la letra pequeña y las claves de este conflicto. En principio uno se pone de parte de los obreros, aunque no es un tema fácil y tendrá sus aristas, especialmente con la espada de Damocles de Europa al fondo. Pero de este movimiento hay un par de lecciones extrapolables. La primera tiene que ver con la globalización de la resistencia. Los estibadores han ganado este pulso (al menos su primer round) dándole la vuelta al mercado global ya que en lugar de utilizar otros puertos u opciones más baratos o dóciles como medida de presión, la patronal y el Estado de turno se ha topado con un insólito fenómeno sin fronteras. Como sucedió en otras huelgas, estibadores de otros puertos europeos o del mundo se han mostrado dispuestos a apoyar la causa peninsular. No será la primera vez que la carga perecedera de un barco se haya podrido aquí, en Liverpool o en Australia porque estos trabajadores se han negado a descargarla y esquirolear una huelga. Tipos duros estos estibadores. Como su propio trabajo. Nadie las he regalado nada porque sus condiciones laborales las han conseguido en años de luchas partiendo de la típica escena de un capataz que decidía en un corro a dedo el futuro de familias enteras. Estampa no muy diferente a la de los jornaleros de Andalucía o de nuestra Ribera antes de la República. Y ante la explotación local o global sólo cabe la respuesta común de la solidaridad. Y por eso me gustaría tener mar. Porque ya me suenan a batallitas del abuelo aquellas historias que nos contaban de cómo todas las fábricas paraban en apoyo de Potasas o cómo la firma de un convenio colectivo en una empresa era vista con alegría en otras. Esta es la segunda lección olvidada.