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De Nemba a Baiona

miguel Ángel Argal fue un personaje singular. Fundador de Medicus Mundi, falleció ahora hace una semana. Tuvo un final de película, con un cierto toque de Memorias de África. Su último viaje en vida, con 83 años, lo hizo a Ruanda. Quizá algo le dijo que tenía que despedirse del lugar donde hace medio siglo nació la cooperación navarra: el hospital de Nemba. Argal se ha ido justo cuando el mundo que él conoció y trató de iluminar con “la candela de la solidaridad” -decía- está cambiando y desapareciendo. Quizá también “su” Navarra, de la que huyó y a la que amó a partes iguales. Porque Miguel Ángel Argal, en lo que pude conocerle y desde una mirada situada varios metros por debajo de su Ensanche natal -como hubiera escrito Patxi Larrainzar, también sacerdote aunque en sus antípodas ideológicas- fue una persona llena de “coherentes contradicciones”, algo que se agradece en una sociedad demasiado acostumbrada ya a las trincheras políticas, a declaraciones a toque de corneta tuitera y a líderes llenos de certezas. Argal era un pesimista esperanzado; un religioso que creó una ONG laica; un austero adinerado; fue cabeza y corazón; filosofía germánica y chascarrillo foral; conservador en Navarra y revolucionario en África; ajeno a la Teología de la Liberación, pero incómodo en y para la Iglesia oficial; ciudadano del mundo, aunque empadronado al mus y al patxaran; se ponía el traje para lograr fondos en despachos y moquetas; pero se indignaba -pisando el polvo del Sur- porque un cargo público se gastara en una habitación de hotel lo que necesitaba una familia para comer un mes. Una personalidad compleja y contradictoria. Como todos los seres humanos. Quizá porque a veces la vida y las cosas no son blanco o negro. Y porque hacen falta este tipo de personas en un mundo y una Navarra que es posible entenderla de diferentes formas, si se respeta la verdad de cada cual y se comparten unos valores humanos básicos. Y Argal los tenía. Además de una larga trayectoria por los senderos de las colinas de Ruanda cuando su posición social de partida le abría una autopista universitaria en Europa. Porque a Miguel Ángel le dolía África. Y de eso murió. Siempre le agradeceré que me recomendara ver Invictus. Cuánto tenemos que aprender -también por aquí cerca- de la generosidad y humildad de Mandela a la hora de hacer las paces... Y hoy es un buen día para ello. Ojalá sea así.