Como a hacer las cosas se aprende haciéndolas, el PP ha cogido mucha práctica y últimamente firma obras maestras en el siempre delicado arte de evitar que le salpique un caso (más) de corrupción.

Qué manejo de los tiempos, qué perfecto relato, qué espaldas cubiertas para el futuro, y qué sutil manera de convertir en culpables al resto de partidos, hemos visto en el caso del ya expresidente murciano.

Admitan los lectores que el reto no era sencillo: un político imputado desde febrero por cuatro delitos de cuando era alcalde de Puerto Lumbreras, y desde hace quince días con tres imputaciones más de cuando ya presidía Murcia. Todo ello, en una comunidad en la que ya ha estallado el pelotazo de Escombreras de otro expresidente del PP que le va a costar a Murcia entre 400 y 600 millones de euros.

Para comenzar -la Guía del PP de Escurrir el Bulto lo dice bien claro-, negarlo todo y pedir presunción de inocencia hasta que las sentencias sean firmes (lo que en este país oscila entre 6 y 15 años) o las ranas críen pelo. Lo que ocurra más tarde.

Con mayoría absoluta o rivales sumisos suele bastar (de hecho, le está valiendo al propio Rajoy). Pero como en Murcia no tiene mayoría absoluta, y Ciudadanos se puso tiquismiquis, y el PSOE presentó una moción de censura, el PP tuvo que actuar. En las redes sociales lo narraron así: “Un partido imputado ha enviado a un imputado (Maíllo, acusado de “administración desleal” en Caja España) a mandarle a un imputado que dimita por estar imputado”.

Y una vez dimitió, comenzó el show: no lo hacía por corrupto, sino por el bien de Murcia, que sin el PP iba a caer en el caos. El publirreportaje de Informe Semanal lo resumía bien: “La dimisión de Sánchez, solución para devolver la estabilidad a Murcia”.

Sánchez no es un político corrupto, es un prócer que se sacrifica por su pueblo. Y, ahora, unas bombitas de humo (¡Paren las rotativas, que Espinar ha comido marisco!) y a crear otra nueva obra de arte, que a Esperanza No me consta Aguirre le han encontrado la enésima rana.