Solo cuando las imágenes nos golpean de nuevo, como la desoladora escena de cientos de personas a la deriva en el mar, flotando sobre el agua a la espera de un rescate que les salvará de ahogarse, pero no de seguir viviendo la dura realidad que no desean y de la que tratan de huir, nos acordamos del drama que se vive en muchas zonas del mundo, zonas cercanas, como las que se asoman a ese mar Mediterráneo de doble cara, azul para quien encuentra en él el disfrute y negro para quienes pierden la vida en el esfuerzo de cruzarlo en busca de un futuro mejor, lejos de pobreza, miseria y guerra. Imágenes que nos muestran la realidad tal como es, sin matices, ni interpretaciones políticas. Como la de aquel 2 de septiembre de 2015 en la que un niño sirio de tres años yacía muerto en una playa de Turquía, como triste muestra del fracaso de todos en un drama con nombre propio, el de ese pequeño llamado Alan y el de otros miles de personas obligadas al anonimato bajo el drama de la inmigración. Aquella escena realmente conmocionó a gran parte de la sociedad, pero nuestra solidaridad en la distancia se va esfumando, como las olas que van y vienen, sin rumbo, hasta el nuevo temporal que nos vuelve a despertar, como la escena de esa enorme barcaza de madera que desafía al mar repleta de vidas exhaustas. En lo que va de año, más de 1.300 inmigrantes han fallecido en el Mediterráneo, sobre todo en su intento por llegar a las costas de Italia, una ruta cercana a la que hacen los grandes cruceros de lujo y que en el otro lado de la moneda se ha ido convirtiendo en la ruta más mortífera. Y no lo es más gracias a la importante labor de las ONG que trabajan en el Mediterráneo en el rescate de los migrantes que zarpan del norte de África y que son las que alertan de la presencia de humildes barcas en riesgo, organizaciones solidarias que actúan en terreno salvando esas vidas que el Mediterráneo quiere llevarse. Un mismo mar, distintas vidas, las que viajan en cruceros y las que cruzan sin billete en el que será quizás su último viaje; personas todas, pero no iguales ni con los mismos derechos. El mar sigue su curso, la vida no debería estar al mecer de sus olas.
- Multimedia
- Servicios
- Participación