perolo fue un hombre bueno. Punto. De esa gente que hace de la sencillez su seña de identidad, que se aproxima a los demás con la naturalidad de quien no tiene recovecos y nada que reprochar ni reprocharse. Una persona risueña, de las que mejora el ecosistema en el que se mueve y se quiere cerca. Un tipo que se reconocía con orgullo de pueblo, de ese Aibar de sus amores al que como alcalde dedicó sus últimos años sobreponiéndose a cada dolor, y que cimentó su vida en los pilares de la familia -con su compañera la Kati siempre en el pensamiento y en la boca- y de Osasuna, una pasión que además constituyó su trabajo durante las tres décadas largas que siguió sus avatares en una rivalidad amigable y por momentos disparatada con Jesús Riaño, otro tótem. Porque Perolo fue también un profesional admirable, intuitivo y tenaz. Un referente para quienes nos fuimos curtiendo a su vera, pues perseguía la noticia con fruición hasta la misma hora del cierre, perseverando con sus fuentes hasta hacerles cantar de puro agotamiento y aportando novedades hasta en los ladillos, aunque siempre desde el respeto a ultranza de las confidencias con ruego de no publicación. Periodista a tiempo completo, acumulaba datos en archivos pormenorizados y se guiaba por una agenda que nutría sin descanso de citas y contactos con disciplina ejemplar, protagonizando episodios inenarrables para confirmar informaciones, como cuando a voz en grito corroboró un fichaje con el colega Pier Bergonzi en conversación telefónica desarrollada en un italiano inverosímil. Este era Perolo, a los que un montón lloramos en estas ásperas horas porque, sencillamente, fue un tío y un camarada acojonante. Su recuerdo nos acompañará para los restos, en esta redacción y en otras cuantas -gracias mil, compañeros, por vuestras sentidas condolencias-, con la satisfacción de haberle despedido con un homenaje bien merecido a ritmo de ranchera. Goian bego, gran Lanas, hasta siempre. Siempre tuyos, siempre rojos.