Hay días en los que uno se reconcilia con la profesión. Momentos en los que te das cuenta de que lo que escribes sirve para algo, aunque cada vez resulta más difícil saber si te lee alguien, ya no si te compra alguien, al menos en el papel... Los periódicos sobreviven en un mundo trepidante en el que todo son pantallazos de WhatsApp, sentencias en 140 caracteres (aunque estén de moda las condenas en 155....) o links a diestro y siniestro. Fast food informativo. Qué difícil es encontrar a personas que les guste saborear dos páginas mientras humea el café del domingo. Lectores a los que se les queden cortas las noticias. Y quieran más. Más historias. Más palabras. Más imágenes. Por eso, cuando lanzas, un fin de semana cualquiera, una botella al mar mediático y recibes alguna señal de que ese alguien ha encontrado el mensaje, la isla desierta de la redacción parece ya un paraíso y empiezas a pensar que hay salida dentro del naufragio colectivo. No corren buenos tiempos para el periodismo, justo cuando más falta hace. Catalunya es un buen ejemplo. Pero no quería hablar de Catalunya. Ni de grandes exclusivas. Ni de destapar escándalos. Ni de quitar o poner a políticos. Ni de desenmascarar la corrupción o la imposición. Hablo de algo más sencillo, pero no menos importante. Un lector lo definió como “abrir una ventana en el olvido”. El pasado domingo publicamos aquí un curioso reportaje sobre la vida de Domingo Maciá, un pamplonés de la calle Jarauta que acabó siendo el protagonista de un rocambolesco conflicto diplomático en la Unión Soviética de los años 70, mientras trabajaba en una instalación de alto secreto nuclear. El detonante no fue ni una fórmula química ni los planos de un arma de destrucción masiva, sino el modesto contrabando de unas imágenes religiosas ortodoxas con un amigo suyo anticuario de la Calle Mayor. En el texto aparecían también otras amistades de su infancia. Uno de ellos, muy conocido en Iruña, padece una dura enfermedad que deja al ser humano sin lo más preciado: sus recuerdos. Y, según me contaba su hijo, al ojear esas dos páginas con fotos en la nieve y reactores nucleares se le encendió la mirada y recordó, recordó sus andanzas juveniles con Maciá. Una ventana en el olvido. El periodismo de la vida. La vida del Periodismo. El mejor oficio del mundo.